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Vida vicaria

V

La vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir

Carl Gustav Jung

Hubo un tiempo en que el mayor espectáculo lúdico a nivel comunitario era la ejecución pública de algún reo. Quien atentaba contra las leyes de la comunidad representaba el mal, así que verlo morir por la justicia del hombre (y a menudo, también, de Dios) confirmaba que éramos buenos.

Esto sucedió casi sin interrupción desde los albores de la humanidad hasta la aparición del fútbol. Día arriba día abajo. El único periodo entre esos dos importantes eventos en que no se dio de forma habitual ese acto de purificación colectiva fue durante el Imperio Romano.

Los romanos eran demasiado pragmáticos como para plantearse chorradas sobre el bien y el mal, así que esos sacrificios para reconfortar a los ciudadanos fueron transformados en sacrificios para divertirles.

El circo romano tenía un cierto parecido con el fútbol, pero no llegó a generar tanta identificación entre el objeto y el sujeto. Es normal. Un gladiador podía ser un héroe, y eso mola, pero también podía ser un cadáver. Es una apuesta arriesgada. No quieres emularlo. Prefieres no identificarte. Prefieres limitarte a disfrutar del espectáculo. Como con los toros.

En cambio, en el fútbol…

Todo lo anterior ha sido por poner en contexto el sendero por el que va a transitar la niusleta. El de que vivimos en la época de la vida vicaria. La vida delegada. La vida virtual. La vida proxy. La vida no vivida.

El fútbol, que empezó como espectáculo, se convirtió con el paso de los años en un elemento de identificación. Ya no se veía el partido por el gusto de ver el partido. Se veía por la identificación con tal o cual jugador. Sí, lo de los equipos. Ya. Pero al final el Madrid es Ronaldo y el Barça es Messi.  

El fútbol, ampliamente difundido por esas atroces cajas de rayos catódicos, sembró la semilla de lo que hoy tenemos. Pasamos de reconfortarnos sabiendo que no somos el objeto del espectáculo a desear serlo.

Quizá ni siquiera sea algo consciente. No tengo claro que nadie, más allá de los niños, diga que quiere ser Messi. Sin embargo, así sucede en el cerebro. Para él, eres tú el que marca los goles. Aunque estés tirado en el sofá comiendo Doritos.

También es tu polla la que entra en el culo de esa rubia cuando ves porno. Tras el éxito del fútbol, llegaron más y más formas de identificación. Para ellos, pelis de acción. Para ellas, prensa del corazón.

Hay que reconocer que la prensa del corazón es mucho más eficaz a estos efectos que las pelis de acción. Éstas tienen una duración determinada y se encuadran en el terreno de lo ficcional, pero aquélla dura toda la vida y es indistinguible de la realidad.

¿Cuántas chonis no fueron Nuria Bermúdez? De hecho, el caso de Nuria Bermúdez es puro simbolismo. La mujer que no sólo llega a los héroes y se acuesta con ellos, sino que es capaz de manejarlos. Cuadra como mito griego.

Y esas mierdas las seguimos teniendo hoy. Parece que, en esto, no hay brecha generacional. Las mamás tenían sus guarras y sus cabrones y las hijas tienen sus guarras y sus cabrones. Otros personajes, mismos arquetipos. Y, para ellos, con el fútbol, lo mismo.

Pero hemos avanzado en este proceso de convertirlo todo en un objeto de emulación. Si, probablemente, fue la televisión la que propició lo anterior, era de esperar que internet hiciese lo propio elevado a la enésima potencia.

Y, como tiende a la degeneración, lo que tenemos son objetos de emulación más bien pobres y tristes: Gameplays, unboxings, gente resolviendo puzles mientras tú los miras… Ya mismo los niños verán por Twitch a otros niños jugar a la botella.

Quiero insistir en que cuando vemos todo eso, nuestro cerebro asume que somos nosotros quienes estamos haciendo eso. Por eso lo disfrutamos.

Obviamente, no se trata de un plan maligno de las élites. Es la evolución normal de las cosas. Es más cómodo dejar que el cerebro disfrute creyendo que está haciendo algo sin gastar energía en hacerlo realmente. El cerebro es una máquina muy eficiente.

Además, si intentas hacerlo, puedes darte cuenta de que no eres capaz. Porque no eres tan hábil con el mando de la play, porque no tienes dinero para ese iPhone, porque no tienes una polla de 25 cm, porque no aguantas una hora y media corriendo y dando toques a un balón.

Así que vivir vicariamente es una apuesta segura. Ganas vivir una vida que no es una vida, pero evitas frustrarte, que es el objetivo de cualquier persona hoy en día.

De hecho, es preferible incluso a nivel comunitario. Basta con que una persona disfrute de algo de forma real para que en millones de personas las neuronas espejo se encarguen de replicar ese goce. ¡Menudo ahorro en energía y costes!

¿El futuro? Probablemente, realidad virtual y series específicamente diseñadas para ti.

Ya tenemos los algoritmos necesarios para generar las series adecuadas para ti, para que vivas la vida que querrías mientras te sepulta la mierda en tu habitación, pero aún sale caro poner esa idea en práctica.

Cuando tengamos una realidad virtual lo suficientemente potente y podamos diseñar por ordenador una serie de cabo a rabo, el precio bajará varios órdenes de magnitud, y esta maravillosa utopía será posible.

No, en serio.

Olvídate de Jordan Peterson. No arregles tu cuarto. Sal a la calle.

Ahora mismo es más importante que te rompan la nariz intentando robar una novia que ordenar tu vida.

sobre el autor

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Soy Antoño, el Gran Orangotán Cósmeco. Me gusta la política, la filosofía, la psicología, el marketing y los negocios. Si estás leyendo los contenidos de esta web, probablemente ya me odies. Si no es así, suscríbete a la lista de correos.

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