Y así debe ser.
Un mundo regido por el mérito es un mundo insoportable en el que la mejor decisión para gran parte de la población es el suicidio.
En un mundo meritocrático no cabe la humildad en el que alcanza la cima de la pirámide y solo deja la culpabilidad a los que están en la base.
Porque estás en la base por tus méritos (o ausencia de ellos). No puedes no estar en la base de la pirámide. Eres lo más bajo de la sociedad porque mereces serlo.
Si no, no estarías ahí.
No hay lugar para la suerte en una sociedad meritocrática.
Hay un excelente ascensor social con un poderoso un efecto negativo entre las clases más bajas. En una sociedad meritocrática los desfavorecidos necesariamente lo serán más aún.
Si algún individuo de entre las clases más bajas demuestra cierto mérito, se le coge y se le lleva a ámbitos de mayor mérito.
¿Quién queda en la clase baja? Los que no ameritan nada.
Hoy, entre las clases más bajas hay una cierta aristocracia que les hace mejorar dentro de sus posibilidades. Dinamizan la vida social de esa clase, dan oportunidades y hacen que su vida sea algo menos miserable.
Si quitas a esa aristocracia, ¿qué le queda a la clase baja?
No sólo estarán mal, sino que empeorarán. Más aún: Sólo pueden empeorar.
¿Cómo se corrige esto? Sólo hay una forma: Con una completa igualdad. No hay otra forma.
Hay que controlar cada elemento de la sociedad para que todo el mundo parta de la misma base y podamos premiar los méritos y sólo los méritos.
Argumento, por cierto, que también sirve para descartar la igualdad de oportunidades.
Y es que no cabe otra posibilidad que esa. Porque, de lo contrario, ¿cómo calculamos el mérito para premiarlo? Si hay una clase alta y una baja, ¿cómo sabemos que un individuo de la clase alta ha conseguido algo por sus méritos y no por su educación o contactos?
Hay que eliminar toda diversidad. Y, por supuesto, por las mismas razones, habrá que destruir la familia, la religión y cualquier otra institución.
Lo que nos lleva a la eugenesia.
Vaya giro, ¿eh?
Sí. Algo así necesariamente conduce a la eugenesia. Porque, si hemos conseguido la máxima igualdad y estamos premiando en base al mérito, ¿qué explicación queda para que haya mejores y haya peores?
Descartados los factores ambientales, sólo quedan los genéticos.
Pero, bien pensado, ¿no es la genética también una lotería? ¡Eso no tiene cabida en la sociedad del mérito que estamos construyendo!
Supongo que el lector inteligente ya ve dónde acaba la historia.
A eso conduce una sociedad auténticamente meritocrática.
Vale decir que, además de indeseable, es contradictorio. Si la meritocracia alcanzase su meta de la absoluta igualdad (incluso genética), ¿cómo va a haber mejores y peores?
Así que, por suerte, esa sociedad indeseable es imposible, porque se autodestruiría.
Pero aún nos queda por comentar otra cosa: ¿De verdad queremos premiar el mérito?
¿Qué es el mérito?
Construir un coche en tu garaje, desde cero y sin tener ni puta idea, tiene mucho más mérito que ser trabajador de la SEAT. Sin embargo, ¿queremos ese coche o queremos el que sale de la SEAT?
¿Queremos premiar más a esa persona que a los trabajadores que nos ofrecen coches de calidad?
A poco que se piense en ello, nadie quiere premiar el mérito. Ni en sí mismo en virtud de las consecuencias que tendría.
¿Y qué queda si no hay meritocracia?
O bien la éxitocracia (que incluye la fortunacracia) o bien la aristocracia.
Aquí se apoya la aristocracia. Pero esa defensa de la aristocracia la haré en otra niusleta.
Hoy solo queda recordarte que ni te fustigues por estar en la mierda, ni te flipes por haber triunfado.
Al mérito le debes una fracción muy reducida de tu situación.
Gracias a Dios.