Siempre he sido una persona que, de primeras, confía en las personas. Y he de decir que, generalmente, me va bien. Esas personas suelen comportarse decentemente.
Pero lo que siempre me he preguntado por qué lo hago, si la sociedad en su conjunto me despierta un pesimismo desesperanzador.
Hace unos meses comprendí la razón.
Es fácil: Las personas, bien. La gente, mal.
No hay más.
La persona, por lo general, es un bicho bastante decente. Se comporta como si hubiese un Dios observándole. Si se compromete a algo, cumple. Si te comportas, ella se comporta.
Además, acostumbra a tener algo interesante, por pequeño o anecdótico que sea. A veces, puede costar encontrarlo, bien porque no sabe en qué tema resulta interesante, bien porque tú no eres capaz de apreciarlo. Pero, normalmente, lo tiene.
Esto es así tanto en La Finca como en Brians.
La gente, en cambio, es un fenómeno vil. Se comporta como si fuera un Dios caprichoso. Si se le ofrece algo, abusa de ello. Si te comportas, te invita a que no lo hagas para condenarte después por ello.
Además, lo único interesante que tiene es el propio proceso que le lleva a ser. En su interior no hay nada de valor, porque, por definición, cuanto más es la gente, menos es lo genuino.
Esto también es así tanto en La Finca como en Brians.
La gente es el mejor ejemplo de que, en sistemas complejos, un conjunto no es la suma de sus partes y de que de esa suma puede (y suele) emerger algo nuevo. En este caso, mierda.
Curiosamente, y contrariamente a lo que se podría pensar, la persona es más caótica que la gente, que es ordenada en su maldad y estulticia.
¿Por qué un bicho decente que se junta con otros bichos decentes puede convertirse en un bicho indecente? Bueno, sobre eso se ha escrito mucho. El resumen es la despersonalización al formar parte de la masa.
Hay una especie de disolución de la responsabilidad. Una tragedia de los comunes ética.
Esa es la razón de que una buena chica pueda arrastrar de los pelos a otra en una manifestación por cómo viste, de que un buen hombre desee y contribuya a que echen a alguien de su trabajo por sus opiniones y del jabón de judío.
Esto es algo que se debe tener en cuenta en el diseño de políticas y protocolos (públicos y privados). No son políticas para la persona, ni para un conjunto de personas. Son políticas para la gente. Y, por tanto, hay que diseñarlas asumiendo que quien va a usarlas es mezquino e imbécil.
En conclusión: Si tratas con una persona, parte de la base de que es buena e inteligente. Si tratas con la gente, parte de la base de que es mala e idiota.
Y, si tratas con una persona que está bajo los influjos de la masa, o tratas de sacarla de ese estado, o asumes que no puedes tratarlo como a una persona.