Sentíos orgullosos de la Conquista, pues los siglos nunca antes vieron semejante demostración de fuerza sin soberbia, de poder con bondad y de una valentía lindante con lo temerario. Estábamos obligados. Hijos de Roma, padres de América. Lo que nos dieron, lo dimos. Porque por Roma somos y por España son.
Que protesten. ¿Cómo no iban a hacerlo? Que nos enfrenten. Y que lo hagan con pasión. Pues son nuestros hijos y llevan la sangre de España, y el camino del agradecimiento empieza en el reproche. Comprenderán a quienes les dieron la vida. Al pueblo de frontera que forjó durante siglos, en el choque de mandobles y cimitarras, el espíritu consciente de su capacidad para cambiar la realidad para siempre con la ayuda de Dios.
Y así lo hicimos. Volvimos completo lo incompleto. Hicimos redondo lo plano. Uno lo diverso.
Una empresa que no podría no haber sido religiosa, incluso en ausencia de la Cruz, pues nos reunió con nuestros hermanos perdidos. Una aventura que religó lo que una vez, in illo tempore, fue separado. Una gesta total. Unitaria. Una proeza viril bajo la protección y el amor de las vírgenes.
Hazaña que recordará la Historia, pues la recordará la Sangre. Jamás se apagará el recuerdo de aquellos segundones de casa grande invadidos del espíritu heroico de los clásicos, poetas y soldados, pendencieros por honor, quijotes que vencieron al caballero de la Blanca Luna y que besaron los labios de Dulcinea. Convirtieron en gigantes los molinos. Hidalgos pobres que cabalgaron las olas de la Historia y trajeron al mundo millones de almas.
La humanidad no volverá a ver proeza semejante. Podremos poner el pie en nuevos planetas, pero no en nuevos mundos. No hay más columnas que cruzar. Sondas, satélites y drones nos impiden navegar contra dragones como hicieron nuestros ancestros. Herederos de Gilgamesh, de Aquiles, de Odiseo, de Alejandro Magno, de Julio César. Los últimos héroes que conoció la Historia.
Lloremos y riamos porque fueron españoles.
Eres todo un poeta, un señor poeta épico.
Y lo digo en serio.