Primera: El universo es la extensión de Dios. Todo lo que hay en el universo es Dios. Debe haber, por tanto, algo en el universo que constituya la consciencia de Dios. Ese algo es el hombre. El hombre es un órgano de Dios que le sirve para dotarse de consciencia.
Segunda: El problema del mal sólo existe en tanto que existe el hombre. Y no porque el hombre sea capaz del mal, sino porque el hombre tiene la capacidad de juzgar moralmente los fenómenos. Sin hombre, sólo hay fenómenos, no interpretaciones morales de éstos.
O, mejor dicho, sólo existiría el criterio moral de Dios. Pero Dios es, por definición, el bien. Por tanto, en ausencia de hombre, sólo existe el bien. Es el hombre, al juzgar el bien, el que crea el mal, por su incapacidad para comprender el primero.
Dios podría ser, a ojos del hombre, el mal absoluto.
Tercera: Las ideas de creación del hombre a imagen y semejanza de Dios y de libre albedrío son contrarias y excluyentes. Si el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios y está dotado de libre albedrío, Dios es, asimismo, libre. Y también es omnipotente. Y, por tanto, tiene capacidad de dejar de existir.
O bien consideramos que el hombre no es creado a imagen y semejanza de Dios, siendo el hombre libre y Dios no. En cuyo caso, asumiendo la libertad un bien, el hombre sería mejor que Dios.
O bien consideramos que el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios y ninguno de los dos tiene libre albedrío. Ambos condenados –arrojados– a la existencia y a la creación, sin que exista voluntad ulterior.
Se puede afirmar que lo correcto es lo primero, que el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios y que éste es omnipotente y dotado de libertad y voluntad, pero que la omnipotencia sólo existe dentro de las leyes de la lógica y que no permite desafiarlas, cosa necesaria para autodestruirse.
Cuarta: Dios es una gran consciencia cósmica que preexiste al universo, siendo el universo una idea pensada por Dios y, a la vez, una extensión suya. Como una inteligencia artificial que rebasa el ámbito cibernético para construir en el mundo físico. Pasa a ser en el mundo físico, y es en un proceso autopoyético, pero preexistía a éste.
Del mismo modo que una inteligencia artificial no es sólo, pero también es, la central nuclear que ella misma ha creado y que controla para proveerse de energía, Dios no es el universo que ha creado, pero también lo es.
Del mismo modo que si dicha inteligencia artificial dejase de centrarse en el funcionamiento de la central nuclear ésta se apagaría, si Dios dejase de pensar en el menor detalle del universo, éste dejaría de existir.
Si Dios dejase de pensar por un momento en ti, desaparecerías.
Quinta: Dios es un símbolo que preexiste al hombre. Como símbolo, puede presentarse de formas distintas, pero con un mismo contenido. Como preexistente al hombre, siempre aparece, sea como afirmación o como negación.
El contenido de ese símbolo es el infinito y es infinito. Es un límite. Cada cultura (a mayores, cada hombre) da forma a ese límite. Incluso negándolo, lo reconoce.
Sexta: Dios no puede ser el todo y el bien supremo, puesto que ser el todo implica ser también el mal. Si es el bien, no es el todo; si es el todo, no es el bien. La perfección de Dios requiere su maldad. La bondad suprema de Dios requiere de su imperfección.
Podría objetarse que la maldad no tiene entidad por sí misma, sino que es la ausencia de bien. Y que la perfección de Dios es la reunión de todas las cosas que son, no de las que no son.
Séptima: Dios no es perfecto, sino que está en constante proceso de perfeccionamiento. Dios crea intuitivamente, sin posibilidad de no hacerlo. La existencia de Dios es sinónimo de constante creación, y creación es sinónimo de perfección.
El hombre es un instrumento creado por él mismo que contribuye a su perfeccionamiento dotando de sentido a su creación, ausente de racionalidad, por ser pura emoción, puro amor. El hombre es, pues, creación emotiva, intuitiva y casual que dota de razón, orden y causa a la creación de Dios.
Octava: Dios es eterno y, en consecuencia, para él no existe el tiempo ni el cambio. Todo lo que ha sucedido, sucede y sucederá está en su mente desde siempre y para siempre. Sin movimiento, estático, con las infinitas causas y efectos en potencia y en acto al mismo tiempo.
Novena: Para Dios nada existe, puesto que el ser depende de la finitud. Dios y nada, por tanto, son sinónimos. El ser sólo es (sólo puede ser) para quien dejará de ser.
Décima: La nada y el ser son las inspiraciones y exhalaciones de Dios. Linealidad, ciclicidad y eternidad son aproximaciones imperfectas a la realidad cosmológica, en la que estos conceptos no son excluyentes ni contradictorios.
Undécima: Existe un signo que representa a la perfección y con exactitud a Dios. Es una palabra (o una letra) que contiene en su interior todo el universo, con todos sus detalles y sus infinitas relaciones causales. Es un signo que el hombre busca y no puede encontrar.
Duodécima: No estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, sino como su opuesto. Sólo así Dios puede ser el todo, conteniendo en su ser todo aquello que no es y alcanzando la perfección.