La mesita de noche. Vaya movida, eh.
Hay muchos muebles con trasfondo en una casa: La mesa de la cocina, el armario de los padres, la mecedora del abuelo, la leñera (si es que eso es un mueble, que no lo sé)… Pero la mesita de noche es otra cosa.
La mesita de noche es psicopómpica.
En ella está cristalizado lo mejor y lo peor de la cárcel que es este mundo y, al mismo tiempo, lo necesario para traspasar ese Aqueronte y tener la libertad infinita que otorga el mundo de los sueños. En la mesita de noche está lo que te separa y lo que te une con la persona con la que duermes, representando, así, la vida en común aquí y las vidas no vividas allí.
Los papeles del seguro y el contrato de alquiler junto a la melatonina. Lo que te quita el sueño y lo que te lo da. El amor y la rutina. Los calcetines y las medias, los calzoncillos y las bragas y los anillos de compromiso de hace cuarenta años. Despertador y condones, el sueño y su ausencia. Los tapones para los oídos y las esposas. Un libro y un beso.
La mesita de noche no guarda lo que no tiene lugar en otro sitio. Guarda todo eso y mucho más en el mismo cajón para que no te olvides de que la vida tiene altibajos, y que siempre tendrás el sueño para evadirte o recargar pilas.
Y sin alardes. Sin darse ínfulas. Como esa persona que está ahí siempre y siempre te da buenos consejos sin exigir nada a cambio ni hacerse pesada. Como ese sentimiento de fuerza que te hace ser valiente cuando es necesario, pero que no te vuelve arrogante ni prepotente.
Podría deshacerme de muchos muebles de mi casa sin sufrir por ello ni echarlos en falta. Pero si me quitas la mesita de noche me jodes bastante el comienzo del día, toda la noche y algunas tardes.
No tengo mucho más que decir.
Supongo que esta es una niusleta estoica, dando gracias por las pequeñas cosas que tenemos y reconociéndoles su no siempre evidente valor.
Ten boen miércoles