Es justo y necesario desconfiar de los coherentes.
Es justo porque la justicia consiste en dar a cada uno lo suyo, y del coherente no puedes esperar lealtad, así que solo cabe la desconfianza. Y es necesario porque de una persona sin contradicciones solo puedes esperar o que guarde secretos muy oscuros o que te mande al gulag. Así que es cuestión de supervivencia.
El hombre es un animal de contradicciones. Parafraseando a un primo mío, quien no las tiene solo puede ser o un Dios o un animal.
Descartada la hipótesis de Dios, nos queda la del animal.
Y cuadra, porque el hombre sólo puede ser perfectamente coherente cuando se ha convertido en una ideología andante (más difícil todavía: en una ideología sin contradicciones andante). Es decir, cuando se mueve o piensa no como le dicta el espíritu, sino como le dicta la doctrina.
Hay poca diferencia entre guiarse por lo que dicta la doctrina o lo que dicta el instinto. La diferencia es, fundamentalmente, anatómica (sé que la hipótesis del cerebro triúnico está descartada, pero me viene bien para la exposición).
De hecho, probablemente, lo que hace hombre al hombre sea la distancia entre el instinto y la doctrina. Las discrepancias que se generan entre la lógica y el sentimiento. Las diferentes formulaciones y reformulaciones del eterno debate entre el ser y el deber ser.
Quien es coherente se mueve en un espacio euclídeo, artificial, producto de la razón. Quien alberga contradicciones se mueve en un espacio fractal, genuino, producto de la naturaleza.
Es por ello que el animal congruente sólo puede albergar una única Verdad, mientras que el hombre incoherente alberga infinitas paradojas, como infinita puede ser la distancia en una superficie finita, como infinita es la costa.
Por suerte para todos nosotros, los coherentes son minoría, si es que existen.
A pesar de todo, renegamos de la contradicción. Cuando se nos indica una incoherencia, tratamos de justificarla. Damos mil y una piruetas para hacerla desaparecer. Disonancias cognitivas y esas mierdas. No nos perdamos en nomenclaturas.
Hay que abrazar la contradicción. Haz lo que digo y no lo que hago. Sí, soy racista y defensor de la familia, pero mi puta preferida es guineana. Soy comunista pero mi móvil vale lo que dos sueldos mínimos.
Porque sí. Porque soy de carne y soy humano. Porque hace masajes con el coño y porque me da estatus. Porque el mismo trauma que me hace defender una cosa en público hace que la opuesta me ponga cerdo en privado. Porque me siento mal por haber nacido rico, pero no tanto como para no aprovecharlo.
Porque el único hombre que no tiene contradicciones es el hombre muerto.
Porque solo hay dos opciones: Contradicción o fanatismo.