El otro día, en una entrevista, nuestra Capitana Ayuso dijo que en Madrid había más libertad porque podías cambiar de pareja y no volver a encontrártela nunca más.
Todos entendemos lo que quería decir y no hace falta comentarlo demasiado, pero da pie a una reflexión interesante.
¿Es deseable una ciudad así? ¿Deshumaniza? ¿Qué perdemos a cambio de no encontrarnos al ex por la calle? ¿Que puedas no volver a cruzarte con tu ex no es un signo de lo débil que era esa relación? ¿No se necesita una cierta sanción comunitaria para reconocer parejas? ¿No se necesita, incluso, para reconocer individuos?
Hay una serie de elementos de interés ahí, creo.
La primera reflexión natural que surge ahí es que la comunidad entendida de esa forma es muy débil y que los lazos sociales son precarios. A lo que se podría contestar, con razón, que no es una comunidad débil, sino que es una comunidad voluntaria.
Pero decir que una comunidad no es débil sino voluntaria implica contraponer ambas cosas, cuando perfectamente pueden darse ambas cosas a la vez.
Lo que realmente se quiere decir cuando se dice “no es una comunidad débil, es una comunidad voluntaria” es que estás dispuesto a tener una comunidad débil a cambio de que sea voluntaria. Que valoras más la voluntariedad que la fortaleza de dicha comunidad.
Porque que esa es una comunidad débil es un hecho. Esa comunidad de amigos, pareja y trabajo (son los ejemplos que ponía nuestra capitana) que se puede apagar a conveniencia va a durar menos que aquellas que no pueden apagarse a conveniencia.
Esto parece bastante obvio para todos, ¿no?
Que, ojo, quizá realmente el valor de la voluntariedad sea superior que el de la fortaleza. Depende. De momento sólo estoy divagando.
La cuestión es que tengo serias dudas de que una comunidad pueda ser voluntaria y existir durante bastante tiempo.
Una comunidad no son sólo cosas bonitas y que te gustan. Una comunidad también son reprimendas, limitaciones, normas…
Y, de hecho, cuantas más reprimendas, limitaciones y normas, más comunidad es. Incluso tú puedes sentirlo así.
No sé, compara tu familia con alguna asociación en la que hayas estado. La primera te ha limitado, reprimido e impuesto más normas que la segunda (quizá aún lo haga), y, sin duda, la sientes más “tu comunidad” que la asociación.
El problema es que si una comunidad tiene una puerta trasera que se puede usar para escapar, se acabará usando. Es como lo que pasa con el divorcio (por eso estoy en contra del divorcio libre pero no del matrimonio homosexual, pero eso es otro tema).
Esa puerta trasera limita el compromiso de los individuos con la comunidad y, en consecuencia, hace menos fiable a la comunidad en su conjunto. Lo que, a su vez, hace más seductor usar la puerta trasera ante el menor inconveniente.
Y, como siempre, nos encontramos con una bola de nieve.
Esta niusleta es una bola de nieve effect fan account.
La cuestión aquí es que se podría decir, de nuevo con razón, que, si no puedes salir de una comunidad, esa comunidad no es una comunidad sino una cárcel.
A priori diría que esta es una visión muy individualista, infantil y ¿nitzscheana? de las relaciones humanas.
Ojo, con aspectos rescatables, pero quedarse ahí es ser muy simplista.
Decir que una comunidad que implica relaciones y obligaciones de las que no puedes escapar no puede ser una auténtica comunidad es como decir que la gastronomía no puede ser un placer porque comer es una necesidad de la que no puedes escapar.
Las comunidades no tienen por qué ser voluntarias. De hecho, la mayoría de las comunidades ni lo son ni lo han sido históricamente.
Y, aclarado que una comunidad obligatoria sí es una comunidad, cabe preguntarse: ¿Qué comunidad es mejor para el individuo? ¿Una comunidad voluntaria o una comunidad no voluntaria?
Porque, obviamente, las comunidades no tienen más valor que el que tienen para sus individuos.
Así que, ¿qué es mejor? ¿Una voluntaria o una involuntaria?
A priori, parecería que la voluntaria. Al fin y al cabo, a todos nos gusta la libertad y todo eso.
Además, una comunidad voluntaria nos aporta convexidad en términos talebianos: Podemos beneficiarnos de sus cosas positivas y, cuando percibimos que nos va a perjudicar, podemos usar nuestro derecho y abandonarla.
El problema es que es una visión cortoplacista y en la que es inevitable que se produzca algo parecido a la tragedia de los comunes.
Al fin y al cabo, tú no eres el único miembro de la comunidad. Hay muchos más. Y, si todos tienen esos mismos incentivos, lo normal es que se explote al máximo lo bueno de la comunidad y nadie se haga cargo de lo malo.
Y el problema es que si queremos una comunidad es, precisamente, para que nos ayuden cuando lo necesitamos. Para, en algún momento, ser una carga. Eso tiene un coste para los demás, claro. Si nadie está dispuesto a asumirlo, ¿quién te va a ayudar? ¿De qué vale esa comunidad, entonces?
Una comunidad voluntaria donde se da esa situación es débil por tres grandes razones:
Cuando necesitas recurrir a ella, los demás pueden abandonarte (ejerciendo su derecho).
Una comunidad que puede obligar a hacer cosas a sus miembros puede organizar mejor su fuerza que una que no puede.
Una comunidad que impide la huida de sus miembros educa y homogeniza, facilitando las relaciones y reduciendo la desconfianza y los costes de interactuar dentro de ella.
¿Beneficia una comunidad obligatoria al individuo o realmente es tan mala cárcel como se piensa?
Pues hombre, en un sentido primario y evidente, le perjudica. En un sentido más profundo y que mira un poco más allá, le beneficia.
Una comunidad voluntaria no tiene fuerza para ayudar al individuo. Una comunidad no voluntaria sí tiene esa fuerza.
Es un arma de doble filo, claro, porque una comunidad voluntaria no tiene fuerza para hacerte daño, pero una comunidad voluntaria sí la tiene.
no se
Hay que hacer dos últimos comentarios:
Un individuo en una comunidad voluntaria puede tener incentivos a sacrificar el beneficio personal en favor de la comunidad, especialmente a corto plazo, esperando obtener beneficios personales en el futuro. La única diferencia con una comunidad no voluntaria es que es decisión del individuo cuándo le compensa ese intercambio.
Las comunidades voluntarias pueden establecer reglas para evitar a los freeriders.
Pero, aun concediendo eso, la comunidad voluntaria sigue siendo más débil que la no voluntaria.
Primero, porque no tiene forma de saber cuántos miembros tendrá en el futuro, y, por tanto, tiene dificultades para hacer planes (que podrían ser beneficiosos para los individuos).
Segundo, porque no puede tomar decisiones importantes por miedo a que los miembros consideren el esfuerzo que requieren abusivo y decidan irse.
Las comunidades no voluntarias no tienen esos problemas.
Yo me pongo a mirar comunidades voluntarias (partidos, asociaciones, sindicatos, grupos de amigos, parejas) y comunidades no voluntarias (Estados, naciones, familias, ciertas religiones) y me parece bastante claro que las no voluntarias sobrevivirán más en el tiempo que las voluntarias.
Y hasta aquí.
Sólo eran unas reflexiones. No es una defensa a ultranza de las comunidades no voluntarias. Sólo es una alerta para no ponerse en su contra de primeras. Y, sobre todo, para no equiparar, como hizo nuestra Capitana, la libertad con la falta de lazos fuertes y consistentes.
Yo nací, crecí y maduré en un pueblo grandecito español aislado de todo y lleno de viejos y vivo en Londres, una ciudad que fácilmente es cuatro veces Madrid (aunque me imagino que Madrid será igual para lo que voy a comentar, en cuanto gran ciudad) y en la que llevo muchos años ya. Nada me gusta más de Londres que aquí puedo tener, y tengo, y disfruto, y me hace feliz, lo mejor de esos dos mundos. En mi barrio londinense conozco y me conoce todo el mundo; me vienen a ver los amigos porque pasan por aquí, puedo salir a la calle y encontrarme a gente con la que me paro a hablar largo y tendido, o bajar al pub o a algún concierto por aquí cerca a ver si hay alguien, y casi siempre hay. Pero a 5 minutos en metro no me conoce ni Dios. Las ciudades grandes no son más que muchos pueblos juntos.
El tema está en que estás a 5 minutos de desaparecer de la comunidad, como todos los demás