El otro día a raíz de no sé bien qué discusión tuitera caí en la cuenta de algo en lo que no había pensado nunca, y tiene que ver con el patrimonio histórico.
Alguien estaba contando lo mal que hizo cierto general inglés decapitando las estatuas de las metopas del Partenón para enviarlas como souvenirs a Inglaterra. Y, sí, no hace falta decir que, desde nuestro punto de vista actual, eso es una aberración.
Pero estuve dándole otra vuelta y concluí algo que, en realidad, es bastante evidente: Destruir el patrimonio histórico es el más claro signo de una sociedad viva, en movimiento, que avanza y que mira al futuro.
En cambio, una sociedad que mantiene como intocable e inalterable el patrimonio histórico es una sociedad que vive en el pasado. Una sociedad a la que le da miedo tocar los logros pasados, porque es lo único que tiene. Una sociedad que no cree poder hacerlo mejor de lo que lo hicieron las generaciones pasadas. Una sociedad que dice “virgencita, que me quede como estoy”.
Se tiende a creer que el comportamiento de ese general inglés (o de Schliemann y tantos otros) fue “porque no sabían”, porque en aquel entonces éramos bárbaros y estúpidos y no sabíamos el valor que tenía ese patrimonio histórico.
¿Qué gilipollez es esa? Que fue hace menos de un par de siglos y esos bicharracos ya tenían más de 2000 años. Si un siglo antes Napoleón ya había dicho lo de “cuarenta siglos de historia os contemplan”, ¿cómo no iban a ser conscientes esos otros?
Claro que eran conscientes. Lo que pasa es que no le atribuían la misma importancia. Y no se la atribuían porque la importancia y el valor es subjetivo y depende del punto de vista del que se mire.
Y, obviamente, los logros estéticos y morales pasados importan más desde el punto de vista de una sociedad vulgar y decadente, incapaz de imaginar un futuro atractivo para sí misma, que desde el punto de vista de una sociedad que avanza y mejora con cada década y que está en constante refinamiento.
En el XIX tiramos las murallas de Barcelona para ampliarla y ahora no podemos hacer dos viviendas en una casa de Matalascabras porque la fachada es patrimonio histórico representativo de un pasado que ni siquiera debería ser digno de recuerdo porque Matalascabras era una puta mierda de villorrio sin importancia ninguna en la historia.
Pero hay que mantenerlo. Porque cualquier pasado fue mejor. Y, ya que no podemos tener nada bonito, conservemos fotos.
Además, esto de cargarse lo que hay para construir algo nuevo es la norma histórica desde que se cogía el mármol de tal o cual templo para construir otro nuevo en la otra punta del Mediterráneo.
Creer que esto se hacía porque, simplemente, había poco mármol, es quedarse muy corto en la comprensión del fenómeno.
Y, sí, sé lo que estás pensando: “Esto es lo que hacen los del Daesh, los talibanes o los comunistas”.
Ya. ¿Y qué?
Mi punto no es que cualquier sociedad viva y con la vista puesta en el futuro sea deseable, mi punto es que esas sociedades están vivas y tienen la vista puesta en el futuro.
Eso es un valor por sí mismo. Luego habrá que sopesarlo con otros. Pero es un valor en sí mismo.
Esta sería la primera opción: Cargarse el patrimonio histórico.
Ahora, hay una segunda opción más seductora: Reconstruirlo.
Reconstruirlo y construir más, claro.
No tener el patrimonio histórico como un recuerdo de lo que fuimos en el pasado, sino como un reflejo de lo que somos. Traer ese pasado al presente, integrarlo y avanzar. Como se hace con las iglesias, que tienen sus siglos de historia, pero seguimos utilizándolas y no nos limitamos a contemplarlas.
Salir del paradigma de “lo que fuimos” y entrar en el de “lo que no hemos dejado de ser”.
Hay que reconstruir el Coliseo y celebrar ahí el campeonato de MMA.
Y hay que reconstruirlo. No podemos hacer como con el teatro de Mérida. No podemos celebrar eventos entre ruinas. Celebrar entre ruinas. ¿Estamos locos? La simple enunciación ya es una vergüenza. Sólo un suicida puede hacer algo así.
Reconstruyámoslos. Y construyamos más. Volvamos a tener diseminados por nuestra geografía monumentos a mayor gloria del hombre, de los dioses, de la virilidad, de Europa, de la fecundidad.
Derruyamos esos edificios que cuando no son grises son feos y cuando no son una de esas dos cosas es porque son las dos a la vez. Recuperemos la belleza y usemos el arte para mejorarnos.
Construyamos una continuidad de los más de 3000 años de historia que tenemos. Integremos nuestro pasado y sigamos construyendo el futuro. Dejemos de vivir como si lo mejor de nuestra sociedad hubiesen sido nuestros ancestros y ahora sólo pudiéramos vivir de sus rentas.
Podemos hacer más.
Habrá quien diga que esos monumentos reflejan el espíritu, no al revés. Y que reconstruir y construir como si tuviésemos el espíritu de nuestros ancestros no va a hacer que, realmente, lo tengamos.
Y quizá sea cierto. Pero también puede suceder que esos monumentos eleven el espíritu. O que el propio proceso lo haga.
Al fin y al cabo, es la fuerza del larpeo: Convertirte en algo a base de aparentarlo.
Y no tenemos forma de saber si los que levantaron el Partenón no estaban larpeando.
Probemos.