En los refranes está todo.
No es la primera vez que esta idea aparece por mi mente. De hecho, en la primera niusleta ya lo comenté de forma aproximada.
Los refranes son la destilación del conocimiento heredado durante generaciones. Conocimiento popular y familiar. Es normal que arraiguen tanto en España (desconozco si en otros países mediterráneos también tienen tanta implantación –sé que en los países anglosajones, no).
España es maestra en hacer de lo vulgar un arte. Para el español, el refrán es sabiduría del día a día. Su primo mayor, el proverbio, es patrimonio de las élites. No hay proverbios que hablen de si mañana hará buen día. Sí hay refranes sobre lo trágica que es la vida. Porque el emperador no se preocupa por la lluvia, pero al campesino sí se le mueren los hijos.
Cualquier idea nueva que cambie tu forma de entender el mundo ya estaba en el refranero desde hace siglos. Pero no la conocías. O no te la desarrollaron como para que te impactase. Porque el refrán es y no es cierto según tu momento.
Se les critica que digan una cosa y la contraria, cuando es una demostración de que no hay una única forma de estar en el mundo que sea correcta. Tanto el que madruga para que Dios le ayude como el que sabe que no va a amanecer más temprano por hacerlo tienen hijos. Por eso el refrán tiene raíces tan profundas en España, porque se acepta (o no, pero se (re)conoce) diversa.
Los refranes dicen verdad porque son el conocimiento de millones de personas consensuando intergeneracionalmente ideas sobre la gente y sobre cómo nos afectan las grandes cosas de la vida. Y ni lo primero ni lo segundo cambia con los años de forma notable.
¿Quieres aprender a moverte por el mundo? Presta atención a los refranes de tu abuela.