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Contra el pasaporte Covid

C

El problema con Eichmann era precisamente que muchos eran como él, y que esos muchos no eran ni perversos ni sádicos, que eran, y siguen siendo, terrible y terroríficamente normales.

Hannah Arendt

No tenía muy claro de qué escribir la niusleta de hoy. No se me ocurrían temas. Hasta que he caído en la cuenta: Coño, que nos están imponiendo un apartheid en nuestras narices y la gente no sólo lo ve de puta madre, sino que lo exige allá donde, gracias a la bendita descentralización autonómica (nunca dejéis de defender la descentralización normativa), todavía no ha llegado.

Es increíble, ¿eh? Los mismos que en marzo de 2020 decían que sólo era una gripe quieren salvar hoy a la población, dos años después, con el 80% de la población vacunada.

Porque supongo que esto de defender la segregación por la decisión personal que un individuo adopte sobre su cuerpo y su salud tiene que ver con querer salvar al mundo y evitar que se extienda la pandemia, ¿no? No habrá otras causas oscuras en las entrañas de esa gente, ¿verdad?

La verdad es que yo creo que opera una histeria colectiva semejante a la de los policías de los balcones durante el confinamiento. O a la de los aplausos. Porque, sí, algún día contaremos a nuestros hijos que aplaudíamos en los balcones cuando nos secuestraron en nuestras viviendas. Bueno, para entonces resultará que nadie aplaudió. Como nadie apoyaba a Franco. Algo así.

En esto del apartheid opera la misma histeria colectiva que entonces, estaba diciendo. Lo explicaba Escohotado (que en paz descanse) con su diferenciación entre pharmakos y pharmakon. El pharmakon era lo que hoy llamamos fármaco, el veneno que, en la dosis correcta, sanaba. El pharmakos era el chivo expiatorio, alguien que se señalaba como apestado y se expulsaba de la ciudad, cuando no se sacrificaba, para aplacar una peste que se cernía sobre la sociedad. Se esperaba que, por algún mecanismo sagrado, ese sacrificio purgara el mal de la ciudad.

En esas estamos hoy. Porque el hombre siempre vuelve a las mismas operaciones simbólicas. A los mismos ritos Siempre. Una y otra vez. Sólo hay que descorrer el velo de Maya para ver que la misma lógica que operaba con el pobre hombre emplumado que arrojaban los griegos por un acantilado, operaba con los judíos en el Tercer Reich, con los negros en el Apartheid sudafricano, y opera hoy con los no vacunados en los tiempos del Covid. Cambian las formas, no el fondo. Cambian los discursos, no las motivaciones.

Sucede que el pharmakos nunca funcionaba. La peste seguía asolando a la polis. Y es que no hay registro histórico que nos hable de que el uso de chivos expiatorios funcionase alguna vez para curar ni la ignorancia ni el temor (que, por lo demás, son uno y lo mismo). Y así sólo queda la huida hacia adelante, pues, sacrificado el chivo expiatorio y continuado el mal, cabe o reconocer el crimen o perdurar en el error. Y reconocer el crimen no es tan grave como reconocer que no hay soluciones simples a problemas complejos. Así que se perdura en el error.

Por eso, quienes hoy exigen el pasaporte Covid, mañana exigirán que se publiquen listas de no vacunados, que se les aísle en recintos separados como a ganado, que se les obligue a vacunarse o que se haga lo imposible por que no puedan vivir con normalidad. Porque hay que identificar al pharmakos y acabar con él. Expulsarlo del cuerpo social, porque está actuando como un cáncer y es menester extirparlo cuanto antes a fin de que no se extienda. Con el suficiente nivel de delirio colectivo, tenga por seguro el lector que incluso la muerte podrían llegar a exigir. A fin de cuentas, no dista tanto de exigir que se les niegue la asistencia sanitaria, algo que ya oímos hoy.

Y es paradójico, porque no hay necesidad de pharmakos. A fin de cuentas, ya tenemos el pharmakon. Tenemos medicamentos que previenen y palian los efectos del supuesto mal del que estos hombres-masa quieren librar a la sociedad. Pero sería un error considerarlo de ese modo, porque el mal que sufre la sociedad que recurre al pharmakos no es del cuerpo, es del alma. El pasaporte Covid no acabará con la Covid, sólo alimentará la tentación totalitaria que anida en el corazón de todos los hombres y que se basta de la más mínima excusa para aflorar.

Por eso no veo necesidad de aducir más motivos para el no vacunarme que el no salirme de los cojones. No quiero vacunarme. ¿Por qué? Porque no. Y punto. Vacunarme es sucumbir a la voluntad de una masa cerril movida por la histeria. Y no me sale de la punta del nabo. ¿Que si tengo razones médicas, científicas o de cualquier otra índole para no vacunarme? Así es, las tengo. Pero a ti lo único que te tiene que importar es que no me vacuno porque no quiero. Aducir razones sería reconocerte razón, y no te la reconozco, porque has renunciado a ser un individuo para ser masa, y la masa carece de razón.

¿Que debe hacer, pues, el hombre libre en este contexto? ¿Cómo el hombre que sigue manteniendo su individualidad puede resistir a esta vorágine de insensatez y mezquindad? Lo primero es comprender que cada palma de terreno cedido es un palmo de terreno ganado por el adversario. Y, como ya se dijo, no es improbable que éste quiera seguir avanzando una vez haya ganado ese palmo. Lo segundo es aceptar que nadie va a ser un héroe ni por ponerse ni por no ponerse una vacuna.

¿Te supone un gran perjuicio carecer del pasaporte Covid? Hazte con él. Tienes muchas formas de obtenerlo. Vacunarte sólo es una de ellas. ¿No te lo supone? No te hagas con él. ¿Tienes un negocio? Gestiónalo de forma responsable. Tú sabes cuándo alguien es un cliente de verdad y cuándo es un inspector. Cuando la opresión es generalizada e impersonal sólo cabe la resistencia pasiva. Que cada cual defienda la libertad y la dignidad desde su pequeña parcela como buenamente pueda. Y si le puede la presión y se somete a la voluntad de la masa, que cuide de no convertirse en parte de ella, porque el riesgo de aceptar con reticencia que tu vecino no pueda ejercer su oficio es que acabes aplaudiendo su ejecución.

sobre el autor

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Soy Antoño, el Gran Orangotán Cósmeco. Me gusta la política, la filosofía, la psicología, el marketing y los negocios. Si estás leyendo los contenidos de esta web, probablemente ya me odies. Si no es así, suscríbete a la lista de correos.

2 comentarios

  • Con todos los respetos, creo que has mezclado cosas que le quitan potencia al argumento.
    Tu (o nuestro) derecho a no vacunarte es un derecho completamente distinto a tu (o nuestro) derecho a que la decisión de vacunarse (o no) no sea fiscalizada.

    Lo importante, me parece a mí, es lo segundo y pienso, o quiero pensar, que la mayoría de los ciudadanos estamos en el lado de que no procede fiscalizar esa información, y con más razón si esa obligación o poder de fiscalizar recae sobre ciudadanos normales.

    El problema es, creo, que los que piensan que los no vacunados debería ser señalados hacen mucho ruido y parecen que son muchos; y los políticos, ya sabemos hace tiempo, no se guían por la ciencia o por los datos sino por el ruido.

    Lo del derecho a no vacunarse es un asunto bastante más complejo, que debería depender de si la decisión de vacunarse o no afecta a los demás de alguna forma perjudicial de la misma forma que se restringen otras libertades individuales como fumar o conducir a 200km/hora.
    ¿Hay información sobre como afecta a su entorno una persona no vacunada? La habrá, pero es difícil encontrarla porque todo está manipulado.

  • Entiendo tu malestar, pero vivimos en una sociedad donde se prohibe hacer o no hacer 40.000 otras cosas, por mucho que sea en decisiones individuales y que nos hagamos a nosotros mismos. Pero en sociedad muchas de ellas afectarán al resto. No le veo al tema vacunas una relación con el nazismo, es que ya cansa un poco que hoy día, en cualquier discusión, a todo se le tenga que relacionar con el nazismo o el fascismo, parece el martillo que solo ve clavos. Lo que veo son unos mandatarios que desde el principio han estado mayormente perdidos y que, eso ya no sé hasta qué punto, se dejan influir por terceras partes, y después de la dejadez inicial en la pandemia ahora prefieren sobreactuar.

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